miércoles, noviembre 08, 2006

Arbol Fénix, todo un símbolo.




Tomé la imagen que ilustra esta entrada en una de mis habituales caminatas de fin de semana por los alrededores de Mercedes, Corrientes, Argentina, mi ciudad de residencia. Como podrán apreciar, se trata de un árbol con el tronco reseco que, como todo árbol, agoniza y morirá, seguramente, de pie. Pero se puede advertir, en su centro, el nacimiento de un retoño de intenso verdor , pleno de vida, que viene a decir, a quien quiera escuchar, que la vida aún no se ha rendido y que la esperanza de un renacer se mantiene y hasta sueña con recrear el vigor y la majestuosidad perdidas a manos del tiempo y, tal vez, de una tala.


No fue sino hasta observar la fotografía con más detenimiento que surgió la reflexión. En esa imagen están resumidos un sinfín de pensamientos que han de materializarse en algunas de las mil palabras que, según el proverbio, puede valer.


Por un lado, es un canto a la perseverancia y la generosidad infinita de la naturaleza; madre cuyas enseñanzas y advertencias parecemos empeñados en desconocer y desoír cada vez más. A ella no le han importado las dificultades ni las probabilidades, simplemente ha seguido adelante con su trabajo y allí está el resultado: un volver a empezar donde todo parecía perdido. Algo como para ser tenido en cuenta por estas latitudes ¿Acaso las crisis no han sido recurrentes? ¿No hemos tenido la sensación de tocar fondo una y otra vez a lo largo de la historia? De ello pueden dar cuenta nuestras décadas infames, nuestros "-azos", "-ismos" y tutti quanti. Sin embargo, Latinoamérica ha atinado a resistir, a perseverar, más allá de traiciones y expoliaciones y aun sin tener en claro el rumbo. Y esa es, o debería ser, nuestra esperanza. Persistir en la búsqueda de una verdadera hermandad, asumir nuestra identidad plural, aceptarla y aceptarnos unos a otros.


Por otra parte, el marco y el motivo de la foto en sí debe llevarnos a apreciar la que quizás sea nuestra mayor riqueza de cara al futuro: la natualeza impoluta que abarca vastos territorios en todo el continente y nos proyecta como una suerte de jardín del mundo.


Es probable que el subdesarrollo, progenitor de las penurias de los pobres del presente, aunque suene contradictorio, termine siendo la bendición del mañana. Tal vez, en unos cuantos años, podamos advertir que el atraso industrial terminará redundando en un poderío ecológico de cara a un mundo seriamente amenazado por el desastre producto de sus múltiples abusos.


Está más que claro que, al ritmo actual, la vida de todo el planeta se ha sentado en la silla sobre la cual pende la espada de Damocles. Y en tal sentido, los latinoamericanos tenemos la oportunidad histórica de ensayar un nuevo plan de crecimiento. Tenemos talento suficiente como para diagramar nuestro propio plan, algo que no repita los errores ajenos. Sólo hace falta un poco de buena voluntad, un fragmento de esa infinita voluntad que exhibe la exuberante naturaleza que nos rodea y que yo he retratado, mínimamente, en esa foto.

1 comentario:

Baakanit dijo...

Muy buena reflexión sobre ese arbol, inmediatamente me puso a soñar.

Saludos.

P.D. Las letras por lo menos hay que escribirla tamaño 12, tan pequeñas hacen incómoda la lectura.